lunes, 23 de agosto de 2010

TIERRA BENDITA

Este barro que sueña y esta voz de arriería
Y esta fe en el ancestro y esta espina que canta,
Vienen desde el principio de un humilde alfarero
Que en su taller de coplas modeló la montaña
Para que Antioquia fuera en los labios del nieto
Fresca como la historia de una antigua tinaja.

Soy limo de ese abuelo, onda de su latido,
Vibración de su angustia, su sangre en resonancia;
Soy eco de un pretérito que esta noche ha venido
A desandar recuerdos por “trochas” de nostalgia,
Y a bendecir la tierra donde aprendí de niño
Que los hombres se mueren al pie de su palabra.

Hace ya muchas fechas yo era un tallo descalzo,
Un golpe de la sangre sobre tierra mojada;
Crecía con las manos llenas de viento libre
Y con los ojos altos de luz americana;
Mi corazón se hizo con arcilla del monte
Y por eso mi canto pertenece a mi raza.

A la raza que un día… de un año ya remoto,
Obedeciendo al temple de SU ASCENDENCIA VASCA,
Crucificó imposibles a golpes de mazorcas
Y se tomó los cielos a golpes de plegarias.
El pueblo que yo canto fue el que sembró en la Gloria
El Himno de Epifanio y el Héroe del Bárbula.

Recordemos un poco: Mi ancestro montañero
Viene desde unos viejos de tan severa estampa,
Que ni el mismo Unamuno pudo lucir el garbo
Con el que ellos lucieron el calor de su ruana
Ni hubo tanta hidalguía en los Tercios de Flandes
Ni nobleza más alta en las Cortes de España.

Esos viejos queridos eran hombres sencillos,
Con una mansedumbre de Orden Franciscana.
Antes de que la aurora encendiera los trinos,
Ya iban selva adentro empujando las hachas
Para que el sol pudiera acariciar la orquídea
Y secar las maderas del tiple y de la casa.

El hogar antioqueño, ese templo que tiene
Sus pilares hundidos en cimientos del alma;
Esa casita humilde con fogón de tres piedras
Y geranios con luna al pie de las ventanas;
Esas cuatro paredes que custodian el sueño
Del amor que se duerme al pie de las enjalmas.

La casa de los Viejos, donde por vez primera
Jugamos con el trompo azul de una esperanza;
Ese techo que tuvo calor para los hijos
Y un silencio de abuela para toda nostalgia;
La casa que una noche se quedó sin bambucos
Porque el padre y el tiple emprendieron la marcha.

Perdonad que esta tarde, en la voz del poeta
No derramen sus vinos los lagares del alma.
Mi voz está de luto porque he visto la tierra
Multiplicando cruces en campos de labranza,
Y porque he comprendido que al hablar de alegría
Un nudo de silencios me ahoga la garganta.

De aquel tiempo pasado sólo quedan recuerdos;
Somos distinta arcilla en una misma patria;
Ya en el campo no cantan, de noche, los labriegos,
Ni el ángelus le atrae su paz a las campanas;
Hemos asesinado el corazón del niño
Y estamos arrullando en su lugar las armas.

Mi voz, en esta fecha, no es la voz del poeta;
Es la oración sencilla que envía la montaña;
Para que los hermanos le supliquen al cielo
Un humilde vendaje siquiera de esperanza.
Que Dios os pague el brillo que le dais al poeta.
Ya que el poeta es sólo un átomo de patria.

Autor: Jorge Robledo Ortíz

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